DE BUENAS LETRAS ¡New York, New York! en el Ideal de Granada

Publicado en5 años hace
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La ciudad de Nueva York es una de esas urbes que traspasa su propia identidad y se adentra en el ámbito de lo mítico, de una realidad alternativa llena de resonancias y evocaciones. La música, el cine y la literatura proporcionan ejemplos de ello y cada cual tiene sus propias referencias sin necesidad de ilustrar la situación con detalle alguno. La breve visita de Josep Pla a Nueva York en agosto de 1954 es un buen ejemplo de una mirada diferente que nos construye algo más de la ciudad, de su arquitectura: «Manhattan es un manojo fantástico de espárragos» o «Las verticales de Nueva York son el anti Gaudí». También se aproximó a su aspecto social de inmigración al considerar las tiendas y los comercios: «Nueva York podría haber sido la tierra de promisión de la emigración catalana».
Casi 50 años antes un periodista de origen alemán, Theodore Dreisser, comenzó a publicar una serie de artículos que culminaron en la edición de un libro sobre diversos aspectos de la ciudad años más tarde. Ahora nos llega una impecable versión en nuestra lengua: ‘Nueva York. El color de una gran ciudad’, en edición y traducción de Miguel Ángel Martí-
nez-Cabeza (Madrid: Abada 2018). El libro constituye un cuaderno de bitácora urbano sin desperdicio pues se adentra en muchos aspectos con una reflexión distante y profunda. Llaman la atención sus observaciones que son rápidas y precisas, sin detalles abigarrados. Así muestra las calles y avenidas llenas de las gentes que forman la maquinaria de la ciudad: griegos, judíos, italianos, polacos, suecos... y también norteamericanos del medio oeste.
Dreisser confiesa que su tema preferido es el puerto: los muelles y los embarcaderos llenos de bullicio de barcos y velámenes, de fardos y de marineros. Dedica un primoroso artículo a los prácticos del puerto y su labor diaria, su atención a los buques que arriban a Nueva York y sus quehaceres múltiples. Comenta igualmente el refugio de marinos en Staten Island fundado por un millonario donde se alojan mil hombres, lleno de suntuosos edificios y cuidados jardines, y describe su actividad diaria que va desde los paseos por la institución a la fabricación de miniaturas de barcos. Dreisser se pregunta: «¿Pero dónde está el puerto donde atracar el corazón, en qué orilla del mar hay un refugio para el alma?»
Una media diaria de 41 delitos en el cinturón
Las cifras y especialmente las estadísticas desnaturalizan y deshumanizan los hechos y convierten las tragedias en números, que es la mejor forma de insensibilizar. Hoy publica este periódico un informe en el que desvelamos que en las principales poblaciones del área metropolitana se cometen una media diaria de 41 delitos. Pueden parecer pocos, pero si consideramos que se trata de 41 casos en los que se ha roto la convivencia y a veces las vidas de personas y familias quizás veamos la gravedad.
La vida de los vagabundos no era muy distinta a la de hoy, y Dreisser cuenta cómo hacen cola para un plato de sopa, o cómo les preparan los albergues para pasar la noche, o cómo se las arreglan para dormir en un banco tras recorrer la ciudad empujando un carrito con sus pertenencias. Dreisser está muy interesado en la vida de los de abajo, de esos pobres vergonzantes por los parques, esos obreros cubiertos de grasa y suciedad saliendo de la refinería, los trabajadores de las manufacturas, los matarifes ensangrentados de los mataderos, y los inmigrantes que habitan en miserables cuartuchos de viviendas de alquiler, casas de vecindad con familias que apenas si pueden dormir en esas habitaciones, y para quienes hasta las fiestas de Navidad son diferentes pues en sus comercios se ponen a la venta productos ya caducados de las tiendas del centro.
Los políticos y sus reuniones de verbena y merienda con los votantes, los policías irlandeses, los albergues para mendigos y desempleados, los dependientes de los comercios del centro, o la iglesia repleta de pobres en oración contrastan con la pléyade de ricos y famosos y sus propiedades. Antonio Muñoz Molina en ‘Ventanas de Manhattan’ menciona un edificio en la calle Orchard, Lower East Side, un museo de la vida de los emigrantes más pobres, y se pregunta sobre esos grandes museos y esas magníficas bibliotecas cuyos fondos se han financiado con el sudor de miles de obreros malpagados y olvidados. Esa reflexión es la que acompaña, entre otras más, la lectura del libro de Dreisser, magnífica representación de una ciudad y sus gentes, su diversidad y su realidad, vigente casi un siglo más tarde. Bendigamos el tiempo, el que nos es dado o nos toca en suerte, es lo mismo.

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